Pensando.

Me levanté sin ganas de nada, no encontraba ganas para levantarme, pero tampoco para quedarme acostado; no tenía ganas de estar despierto, menos de dormir. No era indiferencia, no era desgana, creo que era simple sentimiento de impotencia inducido por mí mismo, y es que no era que no podía hacer las cosas que deseaba, tal vez simplemente me hubiese gustado no desear nada, a lo mejor habría deseado no poder hacerlas.

Hallé la belleza en el caos, en el desorden de lo que debería estar ordenado, en la deriva del destino así como en la destrucción del control. Pensé que la anarquía desembocaría en eso, en el caos, en un futuro sin orden ni justicia. Pensé en revolución y locura, en mi vida escapándose de mis ojos, de mis manos. Pensé en el destino como la artificialidad del futuro, y me preparé para rechazarlo inconscientemente, para romper con todo sin la menor idea previa. Imaginé cómo se destruirían poco a poco las ciudades, cómo se abandonarían las parcelas y cómo todo comenzaría a perder su sentido, su propósito.

Con el caos llegó la autodestrucción. La voluntad del fin propio bailaba en mis pensamientos mientras los versos de Calderón de la Barca se recitaban sin un orden concreto en mi cabeza. Sí, la vida podría ser sueño. La destrucción de uno mismo llegaba como la lluvia en otoño, fresca y esperada, consecuencia del caos creado, de su belleza, de su atracción, de su perfección. Los propósitos se esfumaban mientras las piezas de la vida se iban deshaciendo en el, los sueños se fundían dando lugar a masas amorfas de ideas sin sentido, de metas sin final. La nada en la vida era tan atractiva como el todo, por eso nada merecía el esfuerzo.

Pensé que lo mejor sería cambiar de postura para ver si así descansaba mejor. Sin duda había pasado demasiado tiempo pensando.

Sibulo.