Quisiera poder quererte.

Quisiera ser una foto de carnet en tu cartera, una nota en tu libro de texto acompañada de un corazón, un día especial para ti en el calendario, una sonrisa en tu cara cuando me miras a los ojos, una carta de amor en el cajón de tu mesita, un rallajo con mi nombre en tu brazo, un chupetón en el cuello, una herida en el labio, una canción que acompañen unas lágrimas, una frase bonita escrita en un papel y más tarde guardada en tu cabeza..., y en tu corazón.

Te lo repetiré una y otra vez: No sigo pensando en ti..., cuando no pienso.

Sibulo.

La simple y bella rutina.

Ahora me miro al espejo, y sí, me doy cuenta de que ya vuelve la rutina con sus caras largas parecidas a oseznos apardalados después de haber dormido todo el invierno, esas ojeras que parecen permanentemente tatuadas en el rostro, los músculos doloridos y las terribles agujetas debidas al entrenamiento de anoche, o al de anteayer, o al de la semana pasada... llegan los madrugones para llegar al colegio, las prisas porque llegas tarde al colegio, las aburridas tarde después del colegio; las noches en vela pasadas estudiando, o haciendo como si estudias, o simplemente intentando estudiar... poco a poco llega el frío, los numerosos meses con "r", las largas horas en el colegio, las interminables horas de historia, de filosofía, de valenciano, castellano, matemáticas y demás... vuelve el malestar de estomago producido por un mal desayuno, muchas veces inexistente, junto a la falta de sueño que te acompaña cada mañana. Volvemos a comer a las 15:30, a despertarse a las 6:45, a almorzar de 10:45 a 11:15, a entrenar hasta las 23:00... vuelve el olor a cloro impregnado en mi piel, el olor a libros nuevos, que después se convertirá en olor a libros viejos; vuelven los bolis a los que se les acaba la tinta o que se revientan, los portaminas a los que se les acaban las minas y los lápices que nada más sacarles punta se les cae, y siempre pasa en medio de un examen o cuando realmente lo necesitas... vuelven las prisas por coger esos apuntes que el profesor dicta demasiado rápido, en los que también se te acaba la tinta, se te revienta el boli, te falta la mina y se te rompe la punta. Vuelven los momentos en los que necesitas una goma, un sacapuntas, un pegamento o un clip nadie tiene, y cuando no los necesitas te los encuentras por el suelo y te los guardas... vuelven los depredadores de estuches que te toman prestado todo lo que puede parecer y tiene pinta de ser útil. Vuelven las manchas de pasta de dientes en caras y camisetas, y también esas otras manchas graciosas y a la vez embarazosas que se producen en los pantalones de sustancias muy diversas. Vuelven los dilemas para elegir ropa cada día, los lamentos por las camisetas que te quieres poner y que parece que aún se están lavando, y las numerosas palabrotas que se te ocurren cuando nunca encuentras la camiseta que te encanta ya que se la ha puesto tu hermano, luego te la ha cogido tu padre y como también le ha gustado se le ha ocurrido guardarla en su armario. Vuelven nuestros queridos profesores, tan queridos por todo el mundo, que se pueden resumir basicamente en dos grupos: los que te caen bien y tu les caes bien y después están los otros que son los que nunca se acuerdan de tu nombre por muchos años que te hayan dado clase y muchas veces que hayan sido tus tutores. Vuelven las duchas matinales, tan sumamente importantes para tu supervivencia en cada aburrida clase. Vuelve el clásico dilema entre afeitarse por la noche sobado o por la mañana sobado. Vuelven los odiados lunes, los aburridos martes, miércoles, jueves y viernes. Vuelven las academias de inglés, las demás actividades extraescolares y las catequesis de confirmación. Vuelven las siempre verdes pizarras, las siempre azules baldosas de la pared y el siempre marrón suelo. Vuelven las puertas marrones oscuro, los ventiladores que no dan aire a nadie, la estufa que al encenderla huele a pollo, los altavoces que te interrumpen a mitad de lectura, la gran tarima con la que todo el mundo se tropieza al menos una vez en la vida, las dobles ventanas que en todos los cursos les pasa algo, la pecera, la pesada mochila, los enormes libros, los millones de folios gastados en apuntes, los deberes, exámenes, tareas, trabajos, trabajos atrasados, trabajos de verano que no has hecho,las dichosas búsquedas de información que nadie hace, las lecturas para recordar que tampoco nadie hace y lo de estudiar cada día que ni mucho menos nadie hace. Vuelven los folios blancos, las carpetas transparentes de plástico, los bolis bic azules, las carpetas moradas y los exámenes en los que predomina el rojo. Vuelven las mismas comidas cada día de cada semana que son iguales cada año, los mismo bocadillos hechos del mismo fiambre de cada año y que siempre tienen el mismo pan, o demasiado duro o el típico pan "chicle"; vuelven las barritas de cereales de la una, el comer entre horas y el atiborrarse en las meriendas ya que no tienes nada más que hacer. Vuelven esas sensaciones de estrés, de presión, de miedo, de nervios, pero sobretodo... de aburrimiento...

...y finalmente, vuelven esas noches, largas noches en vela en las que me paso leyendo, pensando y escribiendo; leyendo lo que me gusta, pensando lo que me apetece y escribiendo...escribiendo sobre fantasía y realidad, sobre ficción, intriga, acción y romance, es decir, sobre mi vida y sobre lo que pasa por mi mente.

Créeme, tenía ganas de que llegase todo esto.
Algún día espero saber por qué amo tanto la rutina...

Sibulo.

Llueve.

...Y llueve, llueve y llueve... frías gotas caen sin cesar desde las alturas, pero ¿sabes qué?, esto a mi me relaja. Ves como todo alrededor se empapa de lo mismo que te empapas tú, sientes como las gotitas se desplazan desde la frente hasta la barbilla, recorriendo toda la cara, como se humedece el pelo, y como se va calando poco a poco todo el cuerpo... pero aun así no puedo parar de sonreír.

Siento como si todos los problemas que tengo no fuesen más que eso, problemas, comeduras de cabeza pasajeras, remordimientos por lo que he hecho o he dejado de hacer... y es que al lado de la lluvia parece todo un juego, ya que por mucho tiempo que pase ella siempre estará ahí, refrescándonos cualquier día. Podrás perder la cartera, la casa, el coche, un amigo, tu familia... podrás morir, y morirás, pero la lluvia seguirá cayendo en todo el mundo día tras día, sin que le de la más mínima importancia si en ese momento estás destrozado por dentro o eres el hombre más feliz del mundo, ella estará siempre por encima de todo. Es fantástico pensar que mientras nosotros no somos más que pequeños trozos del puzzle que forma la historia hay cosas que permanecen inalterables por millones y millones de años que pasen.

...Y entonces empezó a llover, y sentía como el agua me iba mojando, me empapaba más y más, hasta que ya iba chorreando. Hacía frío, mucho frío, ya que la brisa acentuaba esa sensación. Yo simplemente sonreía aunque nadie me comprendiese, estaba lloviendo, y yo era tan poca cosa comparada con todo que... que simplemente comprendí que estaba allí para disfrutar todo lo que pudiese de lo que me quedaba de vida.

También se hace extraño no sentir sonido alguno de lluvia pero sin embargo sentir mojado tu rostro, pero eso ya es otra historia muy distinta.

Sibulo.